Despójense un poco de las barreras espacio temporales que cubren nuestra realidad y viajemos juntos al cálido verano de 1989. Dejemos el avión y en ese aeropuerto desconocido, de ese país tan lejano como ajeno, intentemos asumir la primera bocanada de aire como una invitación implícita a la aventura. Pyongyang. La efervescencia del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes ya se percibe en el aire. Somos objeto de cientos de miradas y a su vez, miles de imágenes hacen lo propio con nuestros sentidos.

En el bullicio apenas distinguimos algunas consignas. Todos los que estamos ahí tenemos los ideales a flor de piel. La URSS poco a poco se va desmantelando y la Cortina de Hierro comienza abrirse. Sin embargo, en ese momento la utopía socialista parece un proyecto perfectamente realizable. José Luis García es parte de la comitiva argentina, y al igual que muchos de los jóvenes que asisten a estas jornadas, está deslumbrado. No hay otra opción. Todo es nuevo: el ruido de la calle, los tonos de piel, el idioma, las banderas…los miedos y las pasiones también.

Aparece ella… José apenas sabe de donde viene, pero poco a poco comienza a conocer detalles de su biografía inmediata. Es coreana, también, pero Corea del Sur es su casa. Por eso, coreana, simplemente coreana. Difícil es entender a esta altura esa división parida en Occidente, gestada entre EE.UU y la URSS y continuación miserable del oprobio nipón en la Península. Lim Sukyung (임수경) lo tiene en claro. El paralelo 38º que corta al medio su país es una línea que ofende al pueblo coreano, una herida indigna que es necesario cerrar.

Luego de escalas en Tokio, Berlín y Moscú logra llegar a Pyongyang. Recibida como una heroína por propios y ajenos, comienza una gira de días por el país, oportunidad en la que profesa su mensaje de paz y poco a poco se gana un lugar en el corazón de todos a los que conoce. García es uno de ellos. Su cercanía casual lo impresiona y deja en él una marca indeleble. Lim Sukyung volverá a su casa cruzando Panmunjom (판문점) , ese punto donde la Península se asume dividida. Es bella, tiene espíritu de mártir…Nace la Flor de la Reunificación.

La Chica del Sur - José Luis Garcia

Pasan los años. José Luis García se convierte en cineasta y rescata de entre sus recuerdos a esta preciosa pieza de su historia personal. No la había olvidado. Aquel verano del 89 lo había marcado y las Coreas ya no estaban tan lejos como en ese entonces. Nada sabía de Sukyung desde aquel momento. Lo que supo lo sabremos al ver su documental. La necesidad de encontrarla se convierte en un proyecto cinematográfico, y luego de los preparativos necesarios y con la compañía de Alejandro Kim, emprende un nuevo viaje a las antípodas; Seúl lo espera. La chica del Sur también.

No voy a ser ingrato con ustedes, queridos lectores, y vedarles la posibilidad de descubrir ustedes mismos las sorpresas que el viaje tiene preparado para este director de cine. “La Chica del Sur” (2012) es una historia de belleza mundana donde el devenir personal de Lim Sukyung es el de toda Corea, y viceversa. ¿Algo cambio en ella? ¿Algo cambio en su país? Preguntas todas que necesariamente no se responden en un solo sentido.

Difícil es no sentirse conmovido frente a esta película. Claro que la emoción no se convierte en obligación, pero entiendo que es casi una consecuencia necesaria. Los primeros minutos nos contagian de un espíritu revolucionario inédito; las ganas de cambiar el mundo se concentran en ese preciso instante. El mensaje de Lim Sukyung cala hondo en nuestra conciencia y casi de manera definitiva tomamos magnitud de lo irracional de esa división entre las dos Coreas. Detalles de la vida cotidiana del Norte también nos ponen en ese camino. La empatía con la causa reunificadora es inevitable. Corea nos duele tanto como a ella. El merito de García en este punto es sustancial.

La Chica del Sur

Más allá de que todo es parte de una unidad, el nuevo viaje del director a Seúl abre otra instancia en la historia. Sukyung es actual, y como pieza fundamental del relato, debemos acompañarla junto con la pesada carga que aquel evento germinal ha dejado. Su vida tiene marcas, incluso más dolorosas de lo que nosotros creemos. A veces debemos limitarnos a contemplarla y entender sus silencios, que como siempre, lo dicen todo.

El compromiso con el prójimo como forma de vida, quizá sea una de las maneras más dignas de consagrar nuestra existencia a algo que nos trascienda. Lim Sukyung es tan imperfecta como cada uno de nosotros, pero parte de su experiencia vital la puso al servicio de una causa. Compartir con ella ese camino, es hacer propios al menos por un ratito sus ideales. 주님, 나를 평화의 도구하십시오