Tokio Blues (Norwegian Wood) capítulo 3 “no tengo nada”
Cuando comenzamos esta lectura de Tokio Blues, parecía que el viaje sería largo, uno que nos llevaría mucho más lejos de lo que imaginábamos. Pero el camino que Murakami nos traza está lleno de sorpresas y en este capítulo, casi a mitad del libro, descubrimos que la historia nos pide avanzar en silencio, como si respetar la intimidad de los personajes fuera la única forma de seguir. Watanabe y Naoko ya no son simples personajes en esta historia; sus vidas están marcadas por una fragilidad tan palpable que invita a ir despacio, a medir cada paso.
Con la presencia de Naoko, la conexión con el pasado se vuelve profunda. Kizuki, como un fantasma en el recuerdo de Watanabe, sigue vivo a través de las emociones, volviendo su huella aún más fuerte. Murakami no permite que la nostalgia solo sea un detalle; es una parte fundamental de esta historia, una especie de sombra que acompaña cada paso de los personajes y les da peso a sus decisiones. Es inevitable sentir que uno como lector se convierte en testigo silencioso de algo que, en cualquier otra novela, tal vez pasaría desapercibido.
Sin embargo, en medio de esta oscuridad aparece Midori, un personaje que entra a la historia con su frescura y espontaneidad, casi como un rayo de luz en un lugar donde no parecía posible. Para quienes hayan visto la película antes, es fácil imaginar a Midori como la actriz que la interpreta. Pero el libro le da una dimensión que va mucho más allá del encanto visual. En estas páginas, Midori se convierte en alguien que existe con un carácter único, y la forma en que Murakami la presenta deja claro que no será solo un personaje secundario en la vida de Watanabe.
En este punto, la relación entre Watanabe y Naoko queda en una especie de pausa emocional. Sus vidas avanzan pero al mismo tiempo parecen detenerse en un espacio donde la conexión con el otro es más bien una incertidumbre. Midori va ganando terreno en los pensamientos del protagonista, y al leer, casi sentimos que la historia va cambiando de rumbo, o que al menos va introduciendo nuevas preguntas.
El autor, con su estilo característico, nos recuerda que los personajes, y quizá también nosotros mismos, son imperfectos, y eso es parte esencial de la vida. Murakami nos invita a aceptar las imperfecciones y a comprender que, a veces, la vida es una mezcla de contradicciones que no podemos resolver. Nos dice, en palabras de Watanabe:
“Al poner en contacto nuestros cuerpos imperfectos, no hacemos más que contarnos lo que no podríamos contarnos de otro modo. Y así adquirimos conciencia de nuestras respectivas imperfecciones.”
Tokio Blues, pág. 177
Por ahora, cerremos este capítulo con una pausa y dejemos que la historia avance por sí sola.
Gracias a todos por leer.
Créditos: Planeta Libros Redacción: Gastón Vena