¿Watashi, Boku, Ore? El verdadero “Yo” japonés
Es preciso anticiparnos al prejuicio y aclarar que no pretende ser esta una nota para dar rienda suelta al egocentrismo. Haremos del “Yo” casi una cuestión de Estado, pues somos inquietos, curiosos y tenemos el apetito por aprender a flor de piel. Tenemos la fortuna de hablar una de las lenguas más hermosas del mundo, pues nadie puede discutir el encanto que tiene el español para pintar el mundo. Sin embargo a la hora de mirarnos el ombligo nos quedamos un poco cortos y las palabras que usamos para referirnos a nosotros mismos se quedan a medio camino. Claro que algo de lógica hay en este régimen lingüístico en donde un simple “yo” basta, pero si nos vamos un poquito más para Oriente nos daremos cuenta que es otra la idea que tienen al respecto.
Caracterizado por la economía de sus tiempos verbales, la simpleza de algunas cuestiones gramaticales y la textura abierta de muchas de sus expresiones, el japonés es un idioma que guarda algunas perlas realmente interesantes respecto a los pronombres personales. Hoy nos convertiremos al “yoismo” y trataremos de desandar el camino que hay recorrido este pronombre que ni más ni menos es el que determina nuestro lugar en la oración, en el universo, la ontología del ser gramatical.
Comenzaremos entonces por el término más popular y cuyo uso se ha extendido como el más conocido, principalmente entre aquellos que dan los primeros pasos en el idioma: WATASHI. De acuerdo a los lingüistas, el ascenso de watashi es relativamente reciente. La palabra cobró preponderancia a partir del Periodo Edo, allí por el 1603. En estos días, tal como anticipábamos, es el término mas usado para referirse a uno mismo y sin distinción de género, edad o rango social, aunque su versión ATASHI es la preferida por las mujeres jóvenes que aun guardan algo de pudor en sus mejillas.
Si vamos un poco arriba del árbol genealógico del termino, nos toparemos con uno de sus predecesores mas formales, WATAKUSHI. El término está estrechamente ligado a las batallas intestinas que se dieron durante el Periodo Muramachi, aunque su uso todavía tiene singular relevancia en algunos ámbitos de la vida publica. Mujeres de sofisticada crianza u hombres con importantes cargos suelen usar esta palabra en ámbitos sociales donde es necesaria una cuota extra de formalidad, pese a que ya no hay una regla definida que imponga el uso de esta variante del pronombre.
BOKU, por otro lado, es la versión informal de uso extendido y su origen no se remonta mucho más allá del siglo XIX. Algunos afirman que su uso todavía es algo tibio en algunas regiones de Japón, pero el pronombre es el preferido por los hombres jóvenes quienes lo han adoptado para el uso cotidiano y la relación con sus pares. Sin embargo todavía tenemos una versión más masculina, la exacerbación gramatical de la testosterona. Si de la boca de un elegante caballero sale el pronombre ORE, todo su pasado gamberro se sintetiza en ese instante. Su uso está limitado a ámbitos de confianza, generalmente entre hombres, donde no es necesario guardar las formas ni tener pruritos al hablar. Si esta palabra sale de la boca de una señorita, lo más probable es que de señorita solo tenga las pestañas.
Ya con los términos más populares puestos sobre el tablero, es hora de ocuparnos de algunas formas tradicionales que lentamente van desapareciendo pero cuyo origen es interesante conocer. Nos encontramos entonces con WASHI, una versión del pronombre que claramente denota la edad de quien lo usa y que poco a poco se va reduciendo a círculos muy limitado de hablantes. Algo similar sucede con OIRA, termino surgido en el siglo XVII, una variante del termino anterior que todavía se puede escuchar en algunos medios de comunicación masiva pero cuya popularidad va en franco retroceso.
ATAKUSHI quedará en la historia de la lengua como una preciosa joya, un destello de femeneidad dentro del japonés. Nacido después de la Restauración Meiji, el término reservado para la autorreferencia femenina fue súbitamente abandonado al extinguirse las ultimas llamas de la Segunda Guerra Mundial. La misma suerte corrió TEMAE, una variante de “yo” que durante el periodo de posguerra conoció a sus últimos hablantes. Preciso es aclarar que no se lo debe confundir con “teme”, una forma vulgar de referirnos a nuestro interlocutor.
Ya despuntando la vocación arqueológica, conoceremos aquellas palabras que han caído en desuso hace siglos, pero que todavía guardan cierto encanto. WARAWARA, tan simpática en su pronunciación, nació en el siglo XII y así se habló hasta el siglo XIX. Algo similar sucedió con SOREGASHI, y de hecho si te cruzas con alguien que se refiera a si mismo con este termino, posiblemente estés frente a un viajero del tiempo. Otra forma antigua, pese a que sobrevive como el nombre para alguna mascota dormilona, es MARO, tan en desuso como los exponentes anteriores.
Si viajamos un poco más en el tiempo, casi en los albores de la civilización nipona, nos cruzaremos con un término que sin dudas nos sonará familiar: WA. Todo aquel que haya coqueteado con el idioma, sabe la importancia de esta partícula dentro de la conversación y el fraseo, pero siglos atrás también se utilizaba como reemplazo del pronombre personal que hoy nos ocupa. Concluiremos esta nota con la versión más antigua del pronombre: A. Así de simple como suena y así de confuso. Quizá en aquella época donde aun quedaban sonidos por descubrir esta simple letra bastaba para conjugar nuestra persona; hoy sería una locura vocal.
Espero hayan disfrutado de este raconto que poco tuvo de egocentrico y les haya sido útil. Claro que si quieren dejar de lado lo oral y dar espacio a lo gestual, convirtiendose en un verdadero nipón, basta un solo movimiento para dar cuenta de que estamos hablando de nosotros: debemos señalar la punta de nuestra nariz con el dedo índice. Hasta la próxima.
Fuente: RocketNews24.com / hiroshi@xiahpop.com